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Bendito sea el fútbol

14.07.2014 |
Ricardo Veigapor Ricardo Veiga

"Pero el fútbol en sí, no es algo para disfrutar ¿no?", pregunta el tipo al que jamás le interesó el fútbol. Por el matiz en que expresa la pregunta, el sentido de la palabra "disfrute" está dirigido a comparar el goce que produce el balón-pie con lo mismo que unas vacaciones a todo trapo en la isla Saint Martin. Mientras miro al tipo tratando de responderle, pienso en el motivo de la pregunta: mis nervios y ansiedad, ante el inminente partido de la Selección.

Por su cara, me doy cuenta de que, la mía, dista mucho de ser la de un turista de primera. A lo sumo, y en el mejor de los casos, sería un turista argentino al que le acaban de chorear todo en un departamento de Río de Janeiro el primer día que llegó a Brasil. ¿Cómo hago para explicarle que mi sentido del disfrute es muy distinto al suyo? Además, como la mirada del tipo es absolutamente racional y la mía no, mis posibilidades de responder adecuadamente son cercanas al cero. Sobre todo porque atravieso, junto a millones de argentinos, una etapa llena de cábalas y ritos que me sitúan en una especie de ser medieval.

 

Cómo haría este tipo para entender mis "¡buena Masche!" que grité frente a la tele durante todos los partidos, y dos días después, cada vez que Mascherano cortaba una pelota contra Alemania, al solo efecto de enviarle- desde mi casa en Gerli- fuerza y confianza, con la certeza de que mi grito llega al Maracaná.

Lo menos que podría esperar es que me trate de loco. Eso, sin contar a mis amigos con los que, minutos antes, definimos el modo en que veríamos el partido. Explicarle que no es lo mismo verlo por cualquier canal sería imposible. Mucho menos si supiera que lo hacemos con el volumen bajo del televisor y la radio a todo volumen, y la voz de Fantino en el relato.

Mientras el tipo esperaba mi respuesta, me debatía entre las vacaciones en Saint-Martin y la ilusión de salir Campeones del Mundo, en el mítico estadio de los pentacampeones; y no, lo que sentía-aunque jamás estuve en Saint-Martin-, distaba mucho de unas vacaciones. Que digo vacaciones, ni siquiera un fin de semana largo se podían comparar con lo que produce el Mundial. Porque, aunque uno diga en joda que el resto de las cosas del mundo dejan de tener importancia durante un mes del año cada cuatro, lo cierto es que, la atención y la tensión que produce, son incomparables.

 

Con la mente a mil por hora, trataba de encontrar con qué comparar esta cosa tan loca que nos da el fútbol. En segundos recorrí las múltiples sensaciones que el fobal me brindó a lo largo de los años y, con sorpresa, descubrí que todas. Fue ahí que comencé a sentir que las emociones por las que me llevó el fútbol y las que me deparó el vivir, eran las mismas. Que con este juego o deporte tan nuestro, me amargue, me ilusioné, reí, lloré, festejé y compartí, como lo hice y lo hago cada día al despertar, para dedicarle cada minuto a esto tan fenómeno de vivir y estar vivo.

 

El tipo tenía razón, con el fútbol no se disfruta. Lo que el tipo no sabía, es que con el fútbol se vive. Pretender de éste, un goce comparable al de una vacación, es pretender lo mismo de la vida. Y uno no le pide eso al vivir, pedirlo sería, en terminos futboleros, vivir jugando a un empate arreglado de antemano y, para peor, cero a cero. Y en la vida, como en el fobal, si hay algo que no se sabe es el resultado final: hay que jugarla cada día, a plata o mierda, pero jugarla.

Como el tipo se ponía impaciente esperando la respuesta, y mi paciencia para explicar lo inexplicable era poca, le di la razón: "es cierto, como vos decís, el fútbol no se disfruta. Tenés que vivirlo."Después, lo saludé y me fui. El domingo a la tarde, cuando terminó el partido de Argentina y después de la bronca contra el árbitro, los brazucas festejando el triunfo de su verdugo-el gol de Alemania lo festejó hasta Dilma-, uno de mis amigos largó la de siempre, "Y bueh, nacidos para sufrir". Recordando la pregunta del tipo me dije a mí mismo, "nacidos para vivir… Gracias a Dios".

Todo lo demás, la FIFA, Grondona, el negocio, los negociados, son algo aparte. La columna de hoy va dedicada al Fútbol, a esa cosa maravillosa llamada "Pelota", y a la Selección. Sólo una cosa más, al que les diga que los jugadores son multimillonarios, que están aburguesados, y que perder el Mundial, no les importa, no le digan nada, no se gasten: ni Messi, ni Palacios, ni el "Pipa" Higuaín, olvidarán esas pelotas que no entraron, ni Romero, ese gol que le hicieron, o, el inmenso Mascherano, junto a todo el resto, ese único descuido. No habrá contrato –por millonario que sea- que les haga olvidar que una vez en su "vida", estuvieron "ahí", de salir Campeones del Mundo-los mejores de los mejores-, de ese juego que los enamoró cuando eran pibitos, el fútbol.

Así, vivirán el resto de sus vidas con dos sentimientos encontrados, la alegría y la tristeza. La alegría, por haberse puesto la "Celeste y Blanca". La tristeza, por no haber ganado el Mundial. Ante cualquiera de estas emociones, si uno les pregunta por el fobal, la respuesta será la misma: "Bendito sea el fútbol".

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